domingo, 13 de septiembre de 2009

Capítulo IV: Entrando en Materia

Al contrario de lo que uno piensa e incluso siente cuando llega a la Universidad, las cosas terminan siendo mas difíciles de lo que uno se imagina. Es un momento muy importante, lo llamaría “punto de quiebre”, algo así como los 15 años de las mujeres (que por cierto, preparo mi queja formal porque no nos toca a los hombres), cuando se entra en sociedad. Para la mayoría, que son los que se van de su casa a estudiar en una ciudad distinta, es el momento en que uno se empieza a responsabilizar por su vida, y el mas temido por los padres, ya que se pondrán a prueba los valores enseñados desde que se nace.

Como he descrito en los capítulos anteriores, uno llega, como me pasó a mi, con su cajita. Para los que tuvimos suerte y vivimos en casa de familiares, es un poco mas suave el cambio, pero para aquellos que les toca una residencia, es realmente duro, ya que se sale se la comodidad del hogar, donde lo atienden, le cocinan, lo quieren a uno, a una situación diametralmente opuesta. Y esto se siente en mayor o menor término dependiendo de si se llega a una residencia con personas conocidas, a una residencia donde no se conoce a nadie y se debe compartir al baño, y lo mas extremo, a una residencia estudiantil. Pero en cualquiera de estos casos, el motivo es el mismo. Dependiendo del momento en que se llega, el período de adaptación es mas largo o corto, pero inevitablemente llega el momento de enfrentar el reto. Las clases comienzan, y con ellas el estrés, que uno al comienzo lo toma con mucha calma, pero que en la medida en que va pasando el tiempo y se va enseriando la cosa, se pierde la calma y se gana la angustia. Se conocen los compañeros de clases, y llegan los primeros días en los cuales se reúne uno a estudiar. En esos momentos, particularmente en los descansos obligados, acompañados de un buen café, y hasta de un cigarrillo, es que se va conociendo uno, y va conociendo a los demás. Surgen los primeros sentimientos “confusos”, que terminan decantándose en los primeros amores. Mientras se estudia química, y se lucha por entender los pesos atómicos y la estequiometría, a lo interno se da una guerra mucho mas grande entre los elementos químicos que van fluyendo por océanos, permitiendo conocer esos bellos sentimientos.

Inevitablemente también, llega el momento de conocer a los profesores universitarios. Se llega con la ilusión de que serán como los del liceo, donde el “profe” es la medida común, descubriendo que no todos aceptan esa expresión. Unos exigirán la palabra completa y con acento en la “P”, aunque siempre habrán otros que permitirán escalar ese pedestal intelectual para conocerlos como son, con los cuales se establecerán duraderas amistades; amistades que mientras se esté en el proceso de enseñanza-aprendizaje, estarán limitadas por el deber ético, pero que una vez se haya cumplido el deber, se darán como hermosas experiencias. Llegará uno que nos recordará que ya no hay ley que nos proteja, puesto que al ser mayores de edad, ya no hay que tener delicadeza en el trato. Se pasa abruptamente del trato personalizado, donde uno tiene nombre, a un simple “bachiller”, lanzado al aire casi con desprecio, por lo cual se siembra esa semilla amarga que casi obliga a estudiar para quitarse el epíteto, pero sobre todo el tonito. Se descubre como la relación con las matemáticas influye en forma directamente proporcional con el carácter del profesor, con un conjunto de matices que pasan desde los profesores de cálculo, pasando por los de física y química, que por lo general son los de peor genio, con lo que se llega a pensar que quizás es el deber ser, ya que así se obliga a que se entienda que esas materias son una cosa seria realmente, y que no aceptan “blandunguerías” que permitan pensar que un profesor de materia relacionada con matemáticas sea humano.

Todo este conjunto de sentimientos y nuevas experiencias se mezcla con las rutinas que no se tienen. A muchos les llega la primera vez en la cual deben hacer un mercado, enterándose cuanto cuesta aquello que tanto desperdiciaba cuando aún no lo pagaba. Se enfrenta uno a la libertad de acostarse a la hora que le dé la gana, y de poder pararse cuando le provoque; pero también se conoce que la obligación de ir a clases ya no depende de la persecución que se tenía en el liceo, sino de un acto voluntario que se va convirtiendo en el día a día progresivamente, pero que en el camino se pierden, por alguna razón, las clases más importantes, o el número de clases que el profesor indicó, en una de las primeras, como el necesario para perder la materia independientemente de lo que indique el reglamento respectivo. A otros les toca lavar su ropa por primera vez, recordando u cayendo en cuenta del mal humor de la madre que los domingos se dedicaba a hacer la tarea mientras uno estaba disfrutando de un día de descanso; sin poder evitarlo, llega el día en que se debe cocinar, entendiendo la ciencia que aplicaba en la casa quien se encargaba de ese departamento. Se comienza a adelgazar ante la necesidad de comer quemado, y en los mejores casos, se levanta muy temprano un día para hacer la cola en Bienestar Estudiantil, y así tener la oportunidad de comprar los famosos tickets del comedor, para atender el requerimiento básico y fundamental de proveer de alimento al cuerpo, que a menos que se acostumbre uno al hecho, se hace una tarea casi imposible vivir con la presión de descubrir que una lechuga tiene patas, o tomarse una sopa de materia radioactiva, o comerse un pollo atropellado, donde las plumas se mezclan con el picadillo de huesos, carne y vísceras, como resultado de la ocupación simultánea de un mismo punto espacial por dos cuerpos, uno, el que se va a degustar, y otro, cuando menos una aplanadora.

Finalmente, llegan los primeros exámenes. Para unos, la oportunidad de determinar que tan bien se están adaptando a la Universidad; para otros, el momento de ver si en la Universidad se puede copiar igual que en el liceo. En ambos casos, hay éxito y fracaso. En el primer caso, todos los que lo logran pasan esos exámenes, y van configurando la manera de sobrevivir y avanzar en la Universidad. En el segundo, todos salen “raspados”, y se presenta el fenómeno de intercambio de suertes, donde los que se copian se ponen a estudiar, y los que estudiaron, se preparan para copiarse. Por lo general, lo que sucede es que o no se estudió bien, y definitivamente, a pesar de que en algunos casos se tiene éxito, “el crimen no paga”, pero lamentablemente, en muchos casos, a esta verdad se llega después de mucho tiempo y fracasos. Va pasando el tiempo, y hacia finales de ese primer período (semestre o año o lo que sea), llega el momento de dar cuentas, las primeras, a los padres. Se comienza la búsqueda de las palabras mas sutiles, mas adecuadas, para explicar como, después de haber tenido todo lo necesario, de haber comprado mas libros de los que hay en la biblioteca de la Facultad, de haber derribado hectáreas completas de árboles en fotocopias de cuadernos, guías y demás; de haber dejado de ir a la casa el día del padre o de la madre, y casi en diciembre por quedarse estudiando, y al final, las notas no son las que corresponden a dichos sacrificios, vale decir, sacrificios de la familia. Vienen las reprimendas, las amenazas, los compromisos. La promesa de que no se repetirá la situación, hecha con la seguridad de cumplirla, pero en el camino se atraviesan los mismos obstáculos, pero es distinto, porque ya se conocen, y se evaden, pero siempre se presenta alguno en una forma desconocida, que termina haciendo que se rompa o incumpla la promesa realizada. Así, van pasando los días, hasta que finalmente, mucho tiempo después, se logra el tan anhelado objetivo.


Hay quienes no entienden los efectos que produce el terminar de estudiar en una persona. Sólo pasando por la experiencia se logra ver esa luz, reservada solo a quienes tienen la oportunidad de luchar y luchar y luchar (porque a todos nos toca luchar, sin distingo de raza, color, situación económica o coeficiente intelectual), hasta alcanzar la tan anhelada meta. No es mas que, quizás, la mitad del camino, pero como ayuda a suavizar el resto del mismo! Todos aquellos que pasaron por ese camino, quizás se vean identificados en los cuentos que se irán presentando. Y quienes no lo han hecho, pues ojalá los ayude a entusiasmarse.


Aquí dejo el flujograma que me acompañó por toda mi vida de estudiante. Desde los primeros días, que me enteré que podía comprarlo, me ilusionó el pensar que muy rápidamente llenaría cada cuadro. Al final, cuando terminé de hacerlo, había pasado mucho tiempo, y caí en cuenta de todo lo que significó el poder pintar cada uno de esos cuadritos. A partir de aquí, iré contando muchas de las cosas que complementaron cada cuadro que llené en ese flujograma. El orden secuencial no creo lograr mantenerlo, pero en cualquier caso, todo forma parte del mismo camino, del cual ya se conoce el comienzo y el final.