sábado, 30 de abril de 2016

Lágrimas de Orgullo, Lágrimas de Felicidad

El año pasado mi hija tuvo su primer grado. En esos momentos uno cae en cuenta que no importa si se gradúan de la pre-ante-primaria o de triple-post-doctorado en agricultura neo espacial, el verlos con su toga y su birrete representa un muy grande y positivo impacto para uno. Uno en ese momento recuerda toda la vida, la corta vida, que en ese instante se hace infinita, por la que se ha pasado con su bebé. Y obviamente, en la medida en que se van graduando de escalas superiores, pues son más vivencias que se recuerdan y es mayor el nudo que se forma en la garganta. En medio de esa pléyade de emociones, el acto lo comenzaron con el himno Gaudeamus Igitur. Me imagino que la idea era darle solemnidad al acto, como en efecto se busca con este himno cuando se toca en distintas instancias académicas en el mundo, sin embargo, me causó un poco de gracia imaginarme a esos niños cantando una estrofa que forma parte de esa canción y cuya traducción sería:

Realmente, ese himno creó el ambiente académico de solemnidad que requería el momento.


En mi caso, aparte de recordar todo lo vivido con esa criaturita que se estaba graduando, recordé también los días de la Universidad. Y por supuesto fué incrementándose el tamaño del nudo en la garganta... De esos recuerdos que fueron surgiendo, uno que tengo muy claro es de una oportunidad en que mi papá, en medio de un acto donde cantaron el Himno de su Universidad (la Universidad Central de Venezuela), el se paró y estando sólo les gritó a todos quienes habían egresado de la UCV y estaban presentes en el acto "párense carajo que ese es el himno de su Universidad!". Eso se me quedó grabado porque reflejaba el orgullo que sentía él de su Universidad. Seguramente en ese momento, escuchando ese Himno, recordaba tantas cosas vividas en ese mágico período en el cual uno vive lo que es ser un Universitario. Esa imagen, ese orgullo, me acompañó y acompaña aún, lo cual creció cuando me tocó vivir el momento de vivir el Himno de Mi Universidad.


Y entre esos recuerdos, llegaron los de mi vivencia en la Universidad. Mientras veía a mi hija en su acto, recordé mucho de lo que es para mí el haber estudiado en la Universidad de Los Andes. La familia, los amigos, los triunfos y fracasos. Y, por supuesto, ese momento en el cual se aferra al corazón el Alma Mater, el pináculo de nuestra vida al menos hasta ese instante, como lo es el Acto de Grado. En ese momento, estando en el Aula Magna, cuando se escucha el Himno de la Universidad, se vienen de golpe todos los sentimientos que puede uno tener juntos. Ese mismo sentimiento, mas todos los años que habían pasado desde mi egreso hasta el momento en que presenciaba el primer grado de mi hija, lo sentía allí, y por supuesto que no pude evitar que salieran las lágrimas. Era demasiado...



Tan sólo imaginarme el momento en que mi bebé esté en un Aula Magna, hace que sienta lo mismo que sentí en ese primer grado que tuvo. Le falta mucho tiempo aún, pero tiene todo el camino adelante y por supuesto el apoyo incondicional de su papá y su mamá para transitarlo. Vendrán victorias y fracasos, pero al final, serán todos parte de su historia...



domingo, 6 de septiembre de 2015

Y qué le queda a uno de la Universidad?

En estos días pasados, mis compadres (Mario y Gabriela) cumplieron 21 años de casados. Recordaba yo aquellos días en los que ella llegó a Mérida, a seguir sus estudios en la ULA. Y se me agolpaban en la cabeza tantos momentos vividos (muchos de ellos escritos en esta especie de registro), unos muy buenos, otros no tantos. Y me quedé pensando en el tema, y en tantas cosas que hoy en día son derivadas de lo que sucedió en mis tiempos de Universidad.
En mi caso, hijo de universitarios, sobrino de universitarios, ahijado de universitarios, hermano de universitario, concuñado de universitarios... Existo, literalmente, gracias a la Universidad (el cuento corto es que mi papá estudió con mi tía, y así conoció a mi mamá). Viví en el marco de la universidad: jugué en sus instalaciones, crecí en medio de científicos, experimentos, hipótesis, artículos, bibliotecas, libros, revistas, congresos, clases, laboratorios, fiestas, elecciones, estudiantes... Y luego, me tocó ir a la Universidad a estudiar. Tiempos inolvidables. Y hoy en día, lo lógico y más sencillo es concluir que la Universidad me dejó mi experiencia como estudiante, y obviamente mi Título. Es lo que todos nos llevamos cuando apesadumbrados, nos enfrentamos al hecho de que el alcanzar la cúspide de nuestros estudios al recibir nuestro título en el Aula Magna, implica el final de esa hermosa etapa. Algunos tienen la suerte de poder quedarse, otros, quizás a pesar de la oportunidad, decidimos ir a buscar suerte en otras latitudes. Y el paso del tiempo me permite ver que en realidad la Universidad me dejó mucho más que mis conocimientos técnicos, y la constancia de haberlos recibido.

Recuerdo claramente a cada Profesor con quien vi clases. Cada uno de ellos me transmitió, a través de los momentos que compartimos, pistas y detalles que en esos días ni siquiera fuí consciente, pero que hoy en día conforman elementos claves en las acciones diarias que como parte de mis responsabilidades llevo a cabo. En mi caso, lo relacionado con la política en la universidad es una de las mayores experiencias que me acompañan. Aquellos primeros días en los que me tocaba entrar a un salón de clases a dar un discurso, ese miedo a la reacción de todos, el lograr dominarlo. O pararse a hablar en el auditorio 108 lleno a reventar... Los momentos en que nos sentábamos a disfrutar una cerveza con algún Profesor, jugando dominó, y hablando de cualquier tema (aunque quizás la idea era caerle simpático para que fuera mas generoso al momento de evaluarnos); de allí surgieron amistades que a pesar del tiempo y la distancia aún se conservan. Los sueños... Cuántos no tuvimos, hoy en día muchos de ellos concretados. Otros, pues aún en proyecto, y muchos comprenden chistes que hacemos cuando nos reunimos antiguos compañeros de clases. Las relaciones; amor, odio, deseo. El descontrol hormonal mezclado con el libertinaje temporal (hasta que, en mi caso, aparecía mi papá a poner orden) generó amistades, mas bien hermandades que trascienden el tiempo. Son, como se puede ver, muchas, muchas mas cosas las que nos deja la Universidad.

Hoy en día, en circunstancias muy distintas a las que vivimos en los días de la Universidad, me esfuerzo por tener esa paciencia que tenían los profesores con nosotros; intento transmitir lo necesario para complementar esa formación profesional en cada una de las personas con quien trabajo; le cuento a mi hija de tantas cosas de esos días, como con el ánimo de que aprenda de mi experiencia, pero consciente de que sólo su propia experiencia le mostrará el camino que debe recorrer. Disfruto de ver a tantos que pasamos por las aulas de la Universidad, y que se mantienen en la lucha, fieles a aquellos sueños que compartimos. Y concluyo, que de la Universidad me quedó todo. La oportunidad de conocerla, de pertenecerle y, ahora, de rendirle tributo al ser la Persona y el Profesional cuyas obras dejan cuenta de lo importante que es ser un Universitario.

domingo, 10 de agosto de 2014

Sexo y la Universidad

"Si 'sex and the city' es un producto tan famoso, no puede ser tan malo escribir sobre el sexo y la universidad", pienso mientras finalmente decido escribir sobre el tema...
No espere el atrevido lector encontrar una transcripción de lo que se que sucede en la universidad, donde por lo general se descubre, a veces de buena y a veces no tanto, el mundo del sexo. No. Por el contrario, trato de escribir sobre las implicaciones que tiene la educación, el hogar, los padres y los amigos en ese tema tan íntimamente unido a los días de la universidad.

Mi mamá era particularmente estricta con el tema del sexo. A partir del momento en que me fui a estudiar en la universidad, se generó una sinceridad de lenguaje que llenaba los momentos y espacios mas inesperados, con lo cual lograba que no bajara la guardia nunca.
Eran otros tiempos muy distintos a los de ahora. Un embarazo significaba, en el caso de las mujeres, la vergüenza familiar y la muerte social para ellas; y en el caso de los hombres, el abandono del sueño de estudio, debiendo dedicarse a asumir su responsabilidad, realizando cualquier tarea que requiriese un coeficiente intelectual igual al que usó al dejarse llevar por su miembro masculino. En pocas palabras, era preferible una gonorrea que un embarazo. Nada más característico de aquellos días que la canción de Franco deVita "somos tres", que significaba la frontera en que la mujer embarazada decidía enfrentar la tragedia sola ante la seguridad de rechazo del padre de la criatura por el sacrificio que debería hacer, a pesar de lo cual, inspirado por el amor, decidía asumir su responsabilidad a pesar de las oscuras circunstancias que envolvieran ese futuro incierto para los tres. Uno escuchaba en silencio aquella canción, y en mi caso recordaba simultáneamente la lista de acciones que ejecutaría mi mama al saber que su hijo había cometido tamaña contrariedad.

Gracias a la juventud y al ímpetu de sentirse libre, a pesar de las conocidas consecuencias (todos teníamos casos cercanos de embarazos no deseados), no había manera de escapar al destino. Insisto, eran otros tiempos, y en Mérida habían pocas y por lo general muy conocidas y concurridas farmacias. Esto significaba que comprar unos preservativos era, de por si, una aventura, que pensándolo en perspectiva, como que era a propósito para bajarle a uno las ganas...
Primero, solo habían 2 marcas. Luego, uno entraba en la farmacia, por lo general llena de personas muy mayores (a los 17 años cualquier persona de 20 en adelante es vieja), por lo que uno esperaba que se desocupara un poco el local. Los preservativos seguramente los guardaban en una caja fuerte donde nadie los viera. Y de paso, en ese preciso instante siempre tocaba que lo atendiera a uno la persona mas anciana que había en la farmacia. Así, entre la sordera de la señora, uno hablando bajito para que el grupo de jugadoras de canasta que justo entraba en ese momento no escuchara lo que se requería, y de paso el casi infarto que le daba a la señora al entender lo que se le estaba pidiendo, por lo cual tumbaba la ristra de bolsitas de manies que siempre estaba detrás del mostrador mientras buscaba ayuda, pues uno quedaba descubierto, siendo objeto de miradas que sólo merece un depravado sexual. Finalmente llegaba un joven, que voz en cuello preguntaba "quien es el que busca condones", con lo cual quedaba uno al descubierto al voltear todas las cabezas como si se tratara de la familia de Linda Blair, todas bajo la influencia del maligno. Finalmente salia uno con su bolsita marrón con el tan necesario elemento.

Parte de las fantasías de aquellos días era ser parte de un encuentro sexual no planificado. Para ello, y con miras a no arruinar la oportunidad al tener que negarse para evitar el terrible embarazo fortuito, uno cargaba un preservativo en la cartera. Nada mas inútil que eso. Inútil, por una parte, porque al menos a mi jamas se me presentó la oportunidad. Claro, nunca fui de los mas agraciados, de manera que quizás eso les sucedía a los miembros del grupo elite de los deportistas y/o músicos. Por otra parte inútil porque en caso de darse el fantasioso momento, aquel preservativo sometido a calor y peso por quien sabe cuanto tiempo, con toda seguridad no iba a cumplir su cometido. Los mas organizados reemplazábamos la preciada carga regularmente, con la esperanza de estar preparados para aquel ansiado momento en que se cumpliera la fantasía.

Uno comenzaba a manejar información que resultaba importante saber, y que por cosas de género y el machismo de la época, pues era casi tabú. Se sabia que las mujeres tenían la menstruación cada 28 días. Así, los mejores días para tener sexo sin preocuparse por el uso del condón eran los 5 días antes de la llegada de la "regla", y los 5 posteriores. Y quienes querían estar mas a salvo, esperaban para tragarse el semáforo "en rojo" con lo cual se tenia plena y absoluta seguridad de que nada podía ocurrir. También se aprendía que habían unos días que jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, se debía ni siquiera ver a la pareja. 14 días luego de irse la menstruación, venia el período de ovulación, y nuevamente, 5 días antes y 5 días después de esa fecha, no se podía ni sacar a la novia a un baño público, pues se tenia la información de que en esos momentos, si usaba un baño donde algún ocioso hubiese tenido sexo autoinflingido, podría quedar embarazada y no habría manera de demostrar que no era de uno. No existía el ADN, ni google, ni twitter... Total, que a 28 días había que restarle 5 de la menstruación, un día de ovulación, 10 días alrededor de la fecha, y se tenían 12 días disponibles para sexo "seguro", pero considerando que había que buscar el momento, ya que no se tenia ni carro ni plata para un motel, y restando los días que había que estudiar, etc, pues realmente el condón era una exquisitez que terminaba no siendo necesario. Para aquellos dias no existian las " app" de ahora, y resultaba incomodo comenzar las relaciones intentando obtener los detalles de la fecha de la ultima regla, para meter los datos en el sistema que se había hecho en la calculadora programable y así llenar el almanaque que siempre acompañaba aquel triste condón en la cartera. Pero, aquellos minutos en que finalmente se podía estar con la pareja, por lo general lo agarraban a uno desprevenido, sin condón y en plena ovulación, en lo cual se caía en cuenta, obviamente, cuando toda la teoría había pasado a ser historia.
Venía entonces aquel encuentro en el cafetín, aquella situación donde definitivamente se separaban los hombres de los niños. Aquel "tenemos que hablar", que había hecho que perdiera la explicación de las integrales dobles, pensando en el grave problema en que se estaba y en como iba a explicárselo a mi mama, llegaba al momento cumbre cuando sentados en las sillas plásticas se escuchaba el temible "no me ha llegado". Uno de mas bolsa buscaba asegurarse preguntando "estas segura?", y una cabeza gacha, con una lágrima recorriendo la mejilla, asentía a la pregunta realizada. Todas las alarmas se disparaban. No había ni un toque, ni una caricia, y solo un "vamos a salir de esto", mientras la mente realmente gritaba "la cagasteeeee, debiste ir a comprar los condones". Cada minuto era una eternidad. Me imaginaba a mi mamá preparándome la maleta, mientras me gritaba "te dije que ningún hijo mio iba a joderse la vida por una barriga. Recoge tus cosas que te vas a Alemania". Porque mi mamá siempre me dijo eso, y vaya usted a saber la razón, el plan siempre fue que me iba huyendo a Alemania. Aquellas visitas, originalmente para estudiar, y luego motivos de ansias, ya que quería llegar para el encuentro, dependiendo de lo que dijera el almanaquito, que podía terminar siendo EL día, ahora eran una carga gigante. En el camino, compraba dos latas de malta, y llevaba en una bolsita toda arrugada unas ramitas de romero que alguien había comprado a una señora en el mercado periférico. "Para hacer bajar la regla, una malta caliente con romero". No había mucho intercambio de palabras. Se preparaba el brebaje, y se esperaba a que se lo tomara. Luego, algo de televisión, y mas nada. En mi caso, afortunadamente siempre fue efectivo el remedio, pero para quienes no les funcionaba, el siguiente paso eran las pastillas abortivas que vendían en las heroínas. Era una operación difícil. Debía ser a media noche. "Dale una hoy y si no bota nada otra mañana" decía el proveedor. A algunos les funcionaba, a otros no. Y el siguiente paso, entrar en la red de clínicas piratas que hacían abortos. No me tocó, afortunadamente, ese paso, pero hubo conocidos que se vieron en situaciones muy dificiles, ya que la suerte era la que realmente decidía al respecto, y hubo incluso las que murieron buscando solucionar el tan complicado trance.

Luego de la llegada de la regla, todo era felicidad. Escuchaba la canción de Franco deVita y suspiraba pensando "estuve cerca!". Ocultaba, hasta hoy que lo escribo, aquellos difíciles momentos, pasando los interrogatorios de mi mama que, al final de un almuerzo familiar, siempre buscaba lanzar su anzuelo con un " Fernando, y tu que te la pasas tirando!?". Pasado el susto, era fácil responder en forma convincente "mamá por favor!".

Hoy en día pienso en qué estuviese haciendo, si viviera desde los 90s en Alemania. Suerte o no, en el camino descubrí que era muy poco probable que embarazara a alguien. Las cosas de la vida, tanto sufrimiento para comprar condones, tanta malta y romero que hice que bebieran, y al final no era necesario tanto alboroto. Veo a mis amigos criar sus nietos, producto del error de calculo de sus hijos adolescentes, y felices todos. Cuando voy a farmatodo o locatel y veo un estante completo de preservativos, de distintos colores, texturas, tamaños, sabores, caigo en cuenta en cómo han cambiado las cosas. En algunos casos, me río cuando visito a algún amigo, y entra su hijo o hija con su pareja, saludan, y suben al cuarto. Me es inevitable preguntar " y los dejas estar solos encerrados?", y me responden "si vale, si ellos se encierran y se quedan ahí hasta el otro día". Cómo recuerdo a mi mamá y sus advertencias, de llegar a amenazar de poner ollas en los pasillos de la casa para evitar que me pasara al cuarto de la novia que había llevado de visita. Definitivamente es otro tiempo. Escucho nuevamente "somos tres" y me vienen a la mente tantos recuerdos. Y pienso en mi hija, que en menos de lo que canta un gallo estará en la universidad. La universidad, donde definitivamente muchas cosas han cambiado, menos el proceso de descubrir las bondades y consecuencias del libre albedrío. Espacio para crecer, espacio para madurar, espacio para aprender a sobrevivir.

Asi como la noche y la luna, siempre estarán unidos el sexo y la universidad.

jueves, 7 de agosto de 2014

La Barca Uno

A finales de los años 80, comencé la carrera de Ingenieria de Sistemas en la Universidad de Los Andes. En aquel entonces, el básico de ingeniería se hacia en los chorros de milla. Unos metros abajo del básico, entre otras licorerias, estaba la Barca Uno. Allí, se hicieron presentes muchos sueños, celebramos cuando una nota menor a 10 mataba otros, y siempre llegábamos para brindar por cualquiera de las millones de razones que siempre teníamos...

Luego de aquellos muy difíciles primeros días, en los que para identificar a "los nuevos" se salia de aquel estrechisimo pasillo con el carnet en la mano, obligando a quienes no teníamos a no salir para evitar el interminable proceso de "bienvenida", comenzamos a sentir que realmente estábamos en la universidad. Disfrutar de aquella " libertad" de hacer lo que quisiéramos comenzaba a ser realidad. Algunos tenían carro, y le daban la cola a quienes vivían en su ruta y se hacían sus mejores amigos. La situación del trafico de la época permitía que fuéramos a almorzar a la casa y regresáramos a tiempo en el espacio de tiempo comprendido entre las 12 y las 2 de la tarde. Así hacíamos, hasta que un día algún miembro del grupo comentó: "leí que si uno se toma UNA cerveza a mediodía, se abre el apetito". Cual si sufriéramos de inapetencia, nos pareció un " tip" interesante, por lo cual ese mismo día decidimos probarlo. Por alguna razón, elegimos a la Barca Uno como proveedora de la no necesitada solución a una inapetencia inexistente. Cual si se tratara de una receta médica, procedimos a pedir una ronda. Finalizada, nos vimos con cara de aprobación, y seguro estoy que alguno, tocándose el estómago, comentó que hasta sentía mas hambre. Cual cientificos, nos retiramos satisfechos a disfrutar del resultado de aquella prueba, sometida con extremo cuidado al método científico. Al día siguiente, y así los sucesivos, sometimos al rigor científico aquella hipótesis original, siendo el resultado el esperado ya que efectivamente todos los días sentíamos mayor apetito ante el mismo estímulo.
Supongo que aquella lectura que hacíamos en Sociología, "el gesto y la palabra" de André Leroi-Gourhan, causó algún efecto en nosotros. Y se hizo presente el hecho en un intento de expansión de los bordes de la ciencia, cuando algún miembro del grupo llegó a la conclusión de que si una cerveza nos abría el apetito, lo cual estaba sobradamente demostrado, pues dos duplicaría el efecto. A este nuevo reto nos sometimos, determinando que realmente se comprobaba la hipótesis planteada, aunque se comenzaron a presentar efectos secundarios. Al salir con el estómago vacío a tomarse dos cervezas, ya se llegaba a una frontera peligrosa. Total que luego pusimos a prueba los limites de la ciencia al decidir que 3 cervezas serían mejor, con lo cual se acortaba el tiempo disponible para ir a almorzar, por lo cual ahora contábamos con mas tiempo, el cual llenamos con otras cervezas adicionales, hasta que un día llegó lo que transformó aquella hipótesis original: se hacia presente la caja de media jarra nacional. Obviamente, era mas barato comprar la caja de media jarra que las polares detalladas, así que nos ofrecieron guardarnos una caja cada mediodía. Luego, como requeríamos mas tiempo para tomarnos la caja, nos invitaron al "reservado", que era un patio al que se accedía por una puerta casi invisible y solo para clientes. Allí podíamos sentarnos en cajas vacías y estar mas cómodos. Había gallinas, las cuales usaban para unos muy buenos sancochos, los cuales repartían sin costo adicional a sus clientes. Con eso resolvíamos el tema original del almuerzo. Nos fuimos agrupando en la medida en que contábamos nuestros descubrimientos, con lo cual aumentaron las cajas que necesitábamos, además de que ya no esperábamos mediodía para ir, sino que desde las 11 ya no se nos veía por las aulas ni pasillos del básico, hasta la clase que tocaba a las 4 de la tarde, cuando no era hasta el día siguiente...

Aquellos días fueron gloriosos. Eramos hombres; eramos libres; hasta que llegaron los primeros exámenes. Obviamente en aquel salón anexo de la Barca Uno aprendíamos mucho de la vida, pero de ese conocimiento poco aplicaba para los exámenes de calculo, álgebra, química y ni siquiera para Sociología. Ni teníamos los conocimientos, ni estábamos en condiciones de presentar aquellos exámenes que siempre eran a las 2 de la tarde. Así, aquella aula, cual la que usaba Newton, nos dió muchos conocimientos, pero no logró ayudarnos en nuestros estudios. Hasta aquel día en que parte del grupo se fue directo de la fuente del sabor a un examen en la sede del saber, vivimos muchos, muchos buenos momentos. El descubrimiento de los atrevidos, algunos dormidos sobre el examen, otros reclamando alterados por las preguntas, nos hizo reflexionar sobre nuestra incursión en el mundo de la ciencia. Igual tuvimos que retirar las materias, nuestro primer retiro, con lo cual podíamos disfrutar sin remordimiento de las promociones de cerveza nacional, así como el lanzamiento de la "stout", y ni hablar de aquellos sancochos hechos con las gallinas que, envalentonados, escogíamos y hacíamos pasar a mejor vida nosotros mismos.

Bastante navegamos aquellos primeros días en la Barca Uno. Cada viaje, seguirá presente en cada uno de los que comenzamos esa aventura que compartimos en la Universidad.

sábado, 16 de abril de 2011

GRADUUM IN DIE

Dedicado a Jesús y Dilué, nuevos colegas. Felicitaciones!


Leithold, Piskunov, Baldor. Hallidey, Resnick. Leroi-Gourhann y su "estadios de la ciencia". Tenembaum, Blank y Tarkin, Meyer. Ogata. Taha. Si sacara la cuenta de la plata que le pedí a mis padres "para comprar libros", la biblioteca de Alejandría sería pequeña para contenerlos. Copias, mas copias. La biblioteca de la Facultad, quizás sustituida hoy por un laboratorio de computación y mucho ancho de banda con Google. Todo eso se me agolpaba en la cabeza mientras nos alineábamos en las afueras del Aula Magna. Cuando finalmente comenzamos a entrar, mientras aplaudíamos, recordé a muchos de los Profesores. Entramos, y sentados ya en al Aula Magna, la emoción me recorría el cuerpo. No era la primera vez que estaba en el Aula Magna, pero sí era la única vez que estaría por ese motivo. Me estaba graduando.

Muchas son las vivencias que se tienen en ese paso por la Universidad. Muchas buenas, muchas no. Todos luchamos convencidos de que esas experiencias serán muy importantes en el paso siguiente al salir a la calle a trabajar, y realmente es así. Obviamente, influyen muchos factores como el carácter de uno y la suerte que se tenga, pero definitivamente el paso por la Universidad es básico.

En cuanto a lo personal, en muchos casos algunos logramos romper con el mito de que "la novia del estudiante no es la esposa del profesional". Transitamos por una autopista de descubrimientos amorosos y "corpóreos". Se hacen las amistades que durarán toda la vida. Se forman lazos que ni el tiempo ni la distancia logran deshacer.

En la medida en que van llamando a los graduandos, me toca el momento de pararme. Cuando llega el turno de mi fila, comienzo a rodarme un puesto por vez. Me llaman. Salgo, nervioso por no enredarme con la Toga, que para que me quedara bien hubo que alargarla. Pararme. Saludar. Quitarme el Birrete, que lo coloco debajo del brazo. Camino. Camino y no puedo ni mirar para los lados. Mi hermano me espera para imponerme la medalla. Mi Padrino está arriba también. Mi Papá, mi Tía y mi Esposa en alguna parte entre el público. Mi mamá Omnipresente. No pienso en ella. Si pienso en ella pero trato de no profundizar. Vienen las escaleras.

Se logra el primer trabajo. Se cree que se puede devorar el mundo, pero se aprende el fondo y razón del dicho que reza que "más sabe el diablo por viejo que por diablo". Primeros errores. Se descubre, si se es muy afortunado, para que sirven las integrales triples. Se guardan algunos de los restos de aquellos cuadernos de las materias que o mas facil se sacaron, o que mas costaron, "por si acaso". Se mantienen en la biblioteca, mas que para usarlos como referencia, como para mantener el lazo con aquellos días en que se cargaban en todo momento. Finalmente desaparecen, en mi caso para dar paso a los libros de mi hija...

Me entregan el Título, le doy la Mano al Rector y siento el flash de la foto típica. En realidad no lo siento. Escasamente caigo en cuenta que está sucediendo. Mi hermano me impone la medalla. Por fin mi Mamá tiene a sus dos Ingenieros. Es la Mamá de los Ingenieros, pero no está. Pero si está. Nos abrazamos, y aplauden.

10 años después del grado, y muchos más después de conocernos por primera vez en un aula de clases, quienes fueron mis compañeros son mis compadres. Quienes fueron mis amigos son mis hermanos. Sus hijos son mis sobrinos. Nos reunimos y recordamos "aquellos tiempos", inventando planes de reencuentros para saber dónde están los demás. Sabemos que algunos ya no están. Sabemos que algún día también nos extrañarán.

Bajo las escaleras hacia mi puesto. El fotógrafo me indica como agarrar el título. Poso para la otra foto clásica. Finalmente llego a mi puesto, Título en mano. Lo logré!

Afuera, mi Tía, la Familia. Las fotos. Con mi hermano. Con mi esposa. Con mi papá. Momento de silencio. Mamá no está. Salimos del Aula Magna. Por fin puedo pasar por detrás de la estatua de Bolívar. La maldición no me puede caer, porque ya me gradué!

La fiesta. Los invitados. La Familia. Por un momento soy el centro de atención, esta vez por algo bueno. Espectacular! Se acaba el día. Se acaba la celebración. La mejor foto de la noche...


Y comienza una nueva etapa...
... etapa que ya no es nueva, pero que ha sido espectacular!

sábado, 22 de enero de 2011

Mi Anillo de Grado

Mientras uno estudia en la Universidad, va conociendo lo que son las costumbres y símbolos relacionados con las mismas. Obviamente, la cúspide de los estudios universitarios es el Grado, y relacionado con el grado, existen símbolos como lo son el anillo, la toga y el birrete. Lo más normal, es que una vez que se completan los estudios, y cuando se está cerca del grado, se procede a atender el tema del anillo. Por su costo, por lo general se procede con un poco más de tiempo, ya que al menos en Mérida existían planes de financiamiento para poder comprarlo. No es un requisito, por lo cual hay quienes no lo compran por razones económicas, así como hay quienes tampoco lo hacen sólo porque no le ven sentido alguno. Lo cierto del caso es que el anillo es un símbolo. Es así como la "chapa" para los policías. Es lo que indica que uno se graduó. En función de sus colores la gente sabe la profesión que uno tiene. Y dependiendo del gusto de cada quien, existen miles de modelos, de distintos materiales y distintas combinaciones. Pero más importante aún, es que detrás de un anillo de grado, hay toda una historia, compuesta de anhelos, sufrimientos, alegrías, y definitivamente éxitos, ya que sin ellos, no se hubiese logrado la meta final.

En mi caso, y por ser mis padres egresados universitarios, y de paso profesores universitarios también, desde muy pequeño conocí esos símbolos, y de los que más me atraían era precisamente el anillo. Si no recuerdo mal, el de mi papá era uno muy sencillo: un aro grueso, quizás de plata u oro blanco, con un búho y unas letras en relieve, sobre fondo negro. No recuerdo lo que decían las letras, pero si recuerdo que mi papá lo cuidaba mucho.
A mi papá lo nombraban padrino de promociones allá en el núcleo de Trujillo. Por eso, en una oportunidad, le dieron como regalo un anillo igual al que usarían los miembros de la promoción. Era una promoción de Ingenieros Agrícolas, por lo cual el anillo era, de tipo tradicional, grande, y con la "pepa" verde, verde claro. Era muy bonito y atractivo, por lo cual, le puse el ojo. Cada vez que podía, lo buscaba en la mesa de noche de mi papá, y me lo ponía. No hacía mucho. No jugaba que era Ingeniero, ni nada por el estilo. Sólo me lo ponía, y soñaba con el momento cuando finalmente tendría el mío. Claro, era un sueño "efímero", ya que bastante tardé en lograrlo, por voluntad propia. Pero al final de cuentas, era mi sueño.
Muchos años después, ya estudiando en la Universidad, me llevé el anillo de papá. Lo usé en muchas noches de juerga con los panas, y realmente daba resultado. En una ciudad universitaria como Mérida, son bien conocidos los símbolos pertenecientes al ambiente universitario. Quizás también me ayudaba una tarjeta de crédito que tenía (y que pertenece a otra historia el por qué), que tenía el logo de la Asociación de Profesores, por lo cual, en algunas circunstancias de mi interés, lograba pasar como tal (o al menos eso parecía). Finalmente, regresé el anillo (eso creo...).

Luego, recuerdo que había un profesor de la escuela de Eléctrica, que no recuerdo su nombre, a quien consultaba en su cubículo. Siempre que iba, el estaba leyendo algo, un libro, exámenes, un artículo, que se yo, y lo cierto del caso era que lo hacía, manteniendo su antebrazo izquierdo sobre parte de lo que leía, con lo cual quedaba su mano izquierda casi al frente, justo entre el y yo, de manera que lo que destacaba para mí era ese imponente anillo de Ingeniero, tradicional, grande, y con la "pepa" muy azul. Ya eso si era no solo lo que quería, sino lo que al final obtendría al finalizar mis estudios. 
Mucho tiempo pasó para que un día, en una visita que hizo mi mamá a Mérida, habláramos finalmente del tema del grado. Por aquel entonces aún me faltaba, pero estaba muy cerca, y por esas cosas del destino, pues luego de dar las explicaciones de rigor, mi mamá insistió en que fuéramos a comprar el anillo. Fuimos a donde sabía que eran los mejores en cuanto a precio y garantía. Tenía por supuesto planificado y en mente como lo quería: tradicional, grande, sin zircones, y en el fondo de la "pepa", quería el logotipo de la escuela de Sistemas, por la que tanto había dado y recibido. Así mandamos a hacer el anillo mi mamá y yo, con la particularidad de que mi mamá propuso que le mandáramos a hacer un botón a mi papá, que fuera igual al anillo, para que lo usara. Esta idea era un secreto que tendríamos nosotros, del que se enteraría mi papá al momento de la bendición de los anillo, cuando se lo entregaría como reconocimiento a la paciencia y ahínco puestos para que yo lograra graduarme. Repito, por esas extrañas cosas de la vida, no pensamos en nada para ella. Eso fué a comienzos del año 2000, en el cual debía yo graduarme...

 
El precio del anillo fué de 91.000,00 bolívares de los de la época. Hoy en día no es ni siquiera lo que gasto en desayuno cuando voy con mi esposa e hija, pero en aquel entonces, era una gran suma de dinero. Tanto, que recuerdo que dimos un monto como anticipo, y quedamos pagando no recuerdo cuántas cuotas, al final de las cuales, tendría la joya en mis manos, lista para ser usada por el nuevo profesional en el cual me convertiría.

Los planes de grado debieron esperar 2 años más. En Julio de ese mismo año me casé, de manera que usé primero el anillo de casado que el de graduado. Mi mamá tuvo que pasar un momento de angustia, cuando la secretaria leía el acta de matrimonio, y decía "... EL PRIMERO, de veintinueve años de edad, de estado civil soltero, de profesión estudiante, ...". Una tos le salió del alma, un suspiro, y yo por supuesto que ni siquiera la miré porque me imaginaba su cara. Luego, la vería en alguna de las fotos que se tomaron en el momento. Mientras, seguíamos pagando las cuotas, hasta que las terminamos y pasaba ahora a tener que guardar el anillo en mi mesa de noche, esperando el gran día en que quedaría autorizado por la Ley para usarlo. Muchas fueron las veces que lo saqué, me lo puse y lo cargué en la casa. Muchas veces estuve tentado a usarlo y ya! pero no, me mantuve fiel en la espera del momento correcto. En el interín, Agosto del 2001 nos golpeó con la partida de mi mamá. Logró verme casado, pero no graduado, que fué su gran dolor de cabeza. Ahora, el anillo, a pesar de ser un aro sin comienzo ni final, estaría para siempre incompleto, ya que no estaría ella para disfrutar de verme utilizándolo. Por aquellos últimos días que compartimos, en algún momento, entre lo que conversábamos, salió el tema, que callabamos con miradas cómplices para que mi papá no se enterara de la sorpresa que le habíamos preparado. No pudo acompañarnos físicamente...
Casi un año después, en Julio de 2002, llegó el tan anhelado momento. En la semana que incluía el 14 de Julio, se dió la misa de bendición de los anillos. Allí estuve, y hasta me tocó ser parte activa del acto. 


En un momento muy emotivo para mí, me tocó entregarle el botón a mi papá. Me tocó hacerlo solo, así como recibir solo de mi papá mi anillo, el anillo que compré con mi mamá, el que ella me regaló. A partir de allí, sólo en algunas ocasiones no lo utilizo (como por ejemplo en Caracas, cuando tengo que andar por ahí por la calle). Un anillo equivalente, actualmente, cuesta mucho dinero, pero en mi caso, mas que por el valor monetario del mismo, lo que me hace verlo como algo especial es toda esa historia que hay detrás de el mismo. Historia, además, que día a día va creciendo con anécdotas. Por ejemplo, en un trabajo que tuve, en algunas ocasiones nos tocaba ir a atender operativos en el interior del Estado Mérida. Cuando me tocó a mi asistir, me dijo el Jefe: "pero no puedes llevarte tu anillo de graduado, es necesario que no se lleven prendas que establezcan una diferencia de posición entre los clientes y nosotros...". El anillo era como una barrera, una especie de pedestal, según esa visión.

Quizás el usar ese tipo de prendas pueda, en la mayoría de casos, pasar por un acto público de vanidad. Cada quien lo hará de acuerdo a su personalidad, e inevitablemente de acuerdo al sacrificio por el que pasó para poder ganarse el derecho de utilizarlo. Otros simplemente como una prenda más. En mi caso, lo llevo con mucho cariño, mucho orgullo, ya que para mi representa una conexión especial con mi mamá. Trato de usarlo lo mas a menudo posible, lo cual depende de las actividades, y principalmente dónde las voy a realizar. Cada vez que lo veo, me trae tantos recuerdos a la mente, que definitivamente, lo considero como una pequeña máquina del tiempo, que me permite regresar a aquellos momentos, hermosos, amargos, tristes, pero que en conjunto conforman mi historia en la Universidad.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Capítulo IV: Entrando en Materia

Al contrario de lo que uno piensa e incluso siente cuando llega a la Universidad, las cosas terminan siendo mas difíciles de lo que uno se imagina. Es un momento muy importante, lo llamaría “punto de quiebre”, algo así como los 15 años de las mujeres (que por cierto, preparo mi queja formal porque no nos toca a los hombres), cuando se entra en sociedad. Para la mayoría, que son los que se van de su casa a estudiar en una ciudad distinta, es el momento en que uno se empieza a responsabilizar por su vida, y el mas temido por los padres, ya que se pondrán a prueba los valores enseñados desde que se nace.

Como he descrito en los capítulos anteriores, uno llega, como me pasó a mi, con su cajita. Para los que tuvimos suerte y vivimos en casa de familiares, es un poco mas suave el cambio, pero para aquellos que les toca una residencia, es realmente duro, ya que se sale se la comodidad del hogar, donde lo atienden, le cocinan, lo quieren a uno, a una situación diametralmente opuesta. Y esto se siente en mayor o menor término dependiendo de si se llega a una residencia con personas conocidas, a una residencia donde no se conoce a nadie y se debe compartir al baño, y lo mas extremo, a una residencia estudiantil. Pero en cualquiera de estos casos, el motivo es el mismo. Dependiendo del momento en que se llega, el período de adaptación es mas largo o corto, pero inevitablemente llega el momento de enfrentar el reto. Las clases comienzan, y con ellas el estrés, que uno al comienzo lo toma con mucha calma, pero que en la medida en que va pasando el tiempo y se va enseriando la cosa, se pierde la calma y se gana la angustia. Se conocen los compañeros de clases, y llegan los primeros días en los cuales se reúne uno a estudiar. En esos momentos, particularmente en los descansos obligados, acompañados de un buen café, y hasta de un cigarrillo, es que se va conociendo uno, y va conociendo a los demás. Surgen los primeros sentimientos “confusos”, que terminan decantándose en los primeros amores. Mientras se estudia química, y se lucha por entender los pesos atómicos y la estequiometría, a lo interno se da una guerra mucho mas grande entre los elementos químicos que van fluyendo por océanos, permitiendo conocer esos bellos sentimientos.

Inevitablemente también, llega el momento de conocer a los profesores universitarios. Se llega con la ilusión de que serán como los del liceo, donde el “profe” es la medida común, descubriendo que no todos aceptan esa expresión. Unos exigirán la palabra completa y con acento en la “P”, aunque siempre habrán otros que permitirán escalar ese pedestal intelectual para conocerlos como son, con los cuales se establecerán duraderas amistades; amistades que mientras se esté en el proceso de enseñanza-aprendizaje, estarán limitadas por el deber ético, pero que una vez se haya cumplido el deber, se darán como hermosas experiencias. Llegará uno que nos recordará que ya no hay ley que nos proteja, puesto que al ser mayores de edad, ya no hay que tener delicadeza en el trato. Se pasa abruptamente del trato personalizado, donde uno tiene nombre, a un simple “bachiller”, lanzado al aire casi con desprecio, por lo cual se siembra esa semilla amarga que casi obliga a estudiar para quitarse el epíteto, pero sobre todo el tonito. Se descubre como la relación con las matemáticas influye en forma directamente proporcional con el carácter del profesor, con un conjunto de matices que pasan desde los profesores de cálculo, pasando por los de física y química, que por lo general son los de peor genio, con lo que se llega a pensar que quizás es el deber ser, ya que así se obliga a que se entienda que esas materias son una cosa seria realmente, y que no aceptan “blandunguerías” que permitan pensar que un profesor de materia relacionada con matemáticas sea humano.

Todo este conjunto de sentimientos y nuevas experiencias se mezcla con las rutinas que no se tienen. A muchos les llega la primera vez en la cual deben hacer un mercado, enterándose cuanto cuesta aquello que tanto desperdiciaba cuando aún no lo pagaba. Se enfrenta uno a la libertad de acostarse a la hora que le dé la gana, y de poder pararse cuando le provoque; pero también se conoce que la obligación de ir a clases ya no depende de la persecución que se tenía en el liceo, sino de un acto voluntario que se va convirtiendo en el día a día progresivamente, pero que en el camino se pierden, por alguna razón, las clases más importantes, o el número de clases que el profesor indicó, en una de las primeras, como el necesario para perder la materia independientemente de lo que indique el reglamento respectivo. A otros les toca lavar su ropa por primera vez, recordando u cayendo en cuenta del mal humor de la madre que los domingos se dedicaba a hacer la tarea mientras uno estaba disfrutando de un día de descanso; sin poder evitarlo, llega el día en que se debe cocinar, entendiendo la ciencia que aplicaba en la casa quien se encargaba de ese departamento. Se comienza a adelgazar ante la necesidad de comer quemado, y en los mejores casos, se levanta muy temprano un día para hacer la cola en Bienestar Estudiantil, y así tener la oportunidad de comprar los famosos tickets del comedor, para atender el requerimiento básico y fundamental de proveer de alimento al cuerpo, que a menos que se acostumbre uno al hecho, se hace una tarea casi imposible vivir con la presión de descubrir que una lechuga tiene patas, o tomarse una sopa de materia radioactiva, o comerse un pollo atropellado, donde las plumas se mezclan con el picadillo de huesos, carne y vísceras, como resultado de la ocupación simultánea de un mismo punto espacial por dos cuerpos, uno, el que se va a degustar, y otro, cuando menos una aplanadora.

Finalmente, llegan los primeros exámenes. Para unos, la oportunidad de determinar que tan bien se están adaptando a la Universidad; para otros, el momento de ver si en la Universidad se puede copiar igual que en el liceo. En ambos casos, hay éxito y fracaso. En el primer caso, todos los que lo logran pasan esos exámenes, y van configurando la manera de sobrevivir y avanzar en la Universidad. En el segundo, todos salen “raspados”, y se presenta el fenómeno de intercambio de suertes, donde los que se copian se ponen a estudiar, y los que estudiaron, se preparan para copiarse. Por lo general, lo que sucede es que o no se estudió bien, y definitivamente, a pesar de que en algunos casos se tiene éxito, “el crimen no paga”, pero lamentablemente, en muchos casos, a esta verdad se llega después de mucho tiempo y fracasos. Va pasando el tiempo, y hacia finales de ese primer período (semestre o año o lo que sea), llega el momento de dar cuentas, las primeras, a los padres. Se comienza la búsqueda de las palabras mas sutiles, mas adecuadas, para explicar como, después de haber tenido todo lo necesario, de haber comprado mas libros de los que hay en la biblioteca de la Facultad, de haber derribado hectáreas completas de árboles en fotocopias de cuadernos, guías y demás; de haber dejado de ir a la casa el día del padre o de la madre, y casi en diciembre por quedarse estudiando, y al final, las notas no son las que corresponden a dichos sacrificios, vale decir, sacrificios de la familia. Vienen las reprimendas, las amenazas, los compromisos. La promesa de que no se repetirá la situación, hecha con la seguridad de cumplirla, pero en el camino se atraviesan los mismos obstáculos, pero es distinto, porque ya se conocen, y se evaden, pero siempre se presenta alguno en una forma desconocida, que termina haciendo que se rompa o incumpla la promesa realizada. Así, van pasando los días, hasta que finalmente, mucho tiempo después, se logra el tan anhelado objetivo.


Hay quienes no entienden los efectos que produce el terminar de estudiar en una persona. Sólo pasando por la experiencia se logra ver esa luz, reservada solo a quienes tienen la oportunidad de luchar y luchar y luchar (porque a todos nos toca luchar, sin distingo de raza, color, situación económica o coeficiente intelectual), hasta alcanzar la tan anhelada meta. No es mas que, quizás, la mitad del camino, pero como ayuda a suavizar el resto del mismo! Todos aquellos que pasaron por ese camino, quizás se vean identificados en los cuentos que se irán presentando. Y quienes no lo han hecho, pues ojalá los ayude a entusiasmarse.


Aquí dejo el flujograma que me acompañó por toda mi vida de estudiante. Desde los primeros días, que me enteré que podía comprarlo, me ilusionó el pensar que muy rápidamente llenaría cada cuadro. Al final, cuando terminé de hacerlo, había pasado mucho tiempo, y caí en cuenta de todo lo que significó el poder pintar cada uno de esos cuadritos. A partir de aquí, iré contando muchas de las cosas que complementaron cada cuadro que llené en ese flujograma. El orden secuencial no creo lograr mantenerlo, pero en cualquier caso, todo forma parte del mismo camino, del cual ya se conoce el comienzo y el final.