En estos días pasados, mis compadres (Mario y Gabriela) cumplieron 21 años de casados. Recordaba yo aquellos días en los que ella llegó a Mérida, a seguir sus estudios en la ULA. Y se me agolpaban en la cabeza tantos momentos vividos (muchos de ellos escritos en esta especie de registro), unos muy buenos, otros no tantos. Y me quedé pensando en el tema, y en tantas cosas que hoy en día son derivadas de lo que sucedió en mis tiempos de Universidad.
En mi caso, hijo de universitarios, sobrino de universitarios, ahijado de universitarios, hermano de universitario, concuñado de universitarios... Existo, literalmente, gracias a la Universidad (el cuento corto es que mi papá estudió con mi tía, y así conoció a mi mamá). Viví en el marco de la universidad: jugué en sus instalaciones, crecí en medio de científicos, experimentos, hipótesis, artículos, bibliotecas, libros, revistas, congresos, clases, laboratorios, fiestas, elecciones, estudiantes... Y luego, me tocó ir a la Universidad a estudiar. Tiempos inolvidables. Y hoy en día, lo lógico y más sencillo es concluir que la Universidad me dejó mi experiencia como estudiante, y obviamente mi Título. Es lo que todos nos llevamos cuando apesadumbrados, nos enfrentamos al hecho de que el alcanzar la cúspide de nuestros estudios al recibir nuestro título en el Aula Magna, implica el final de esa hermosa etapa. Algunos tienen la suerte de poder quedarse, otros, quizás a pesar de la oportunidad, decidimos ir a buscar suerte en otras latitudes. Y el paso del tiempo me permite ver que en realidad la Universidad me dejó mucho más que mis conocimientos técnicos, y la constancia de haberlos recibido.
Recuerdo claramente a cada Profesor con quien vi clases. Cada uno de ellos me transmitió, a través de los momentos que compartimos, pistas y detalles que en esos días ni siquiera fuí consciente, pero que hoy en día conforman elementos claves en las acciones diarias que como parte de mis responsabilidades llevo a cabo. En mi caso, lo relacionado con la política en la universidad es una de las mayores experiencias que me acompañan. Aquellos primeros días en los que me tocaba entrar a un salón de clases a dar un discurso, ese miedo a la reacción de todos, el lograr dominarlo. O pararse a hablar en el auditorio 108 lleno a reventar... Los momentos en que nos sentábamos a disfrutar una cerveza con algún Profesor, jugando dominó, y hablando de cualquier tema (aunque quizás la idea era caerle simpático para que fuera mas generoso al momento de evaluarnos); de allí surgieron amistades que a pesar del tiempo y la distancia aún se conservan. Los sueños... Cuántos no tuvimos, hoy en día muchos de ellos concretados. Otros, pues aún en proyecto, y muchos comprenden chistes que hacemos cuando nos reunimos antiguos compañeros de clases. Las relaciones; amor, odio, deseo. El descontrol hormonal mezclado con el libertinaje temporal (hasta que, en mi caso, aparecía mi papá a poner orden) generó amistades, mas bien hermandades que trascienden el tiempo. Son, como se puede ver, muchas, muchas mas cosas las que nos deja la Universidad.
Hoy en día, en circunstancias muy distintas a las que vivimos en los días de la Universidad, me esfuerzo por tener esa paciencia que tenían los profesores con nosotros; intento transmitir lo necesario para complementar esa formación profesional en cada una de las personas con quien trabajo; le cuento a mi hija de tantas cosas de esos días, como con el ánimo de que aprenda de mi experiencia, pero consciente de que sólo su propia experiencia le mostrará el camino que debe recorrer. Disfruto de ver a tantos que pasamos por las aulas de la Universidad, y que se mantienen en la lucha, fieles a aquellos sueños que compartimos. Y concluyo, que de la Universidad me quedó todo. La oportunidad de conocerla, de pertenecerle y, ahora, de rendirle tributo al ser la Persona y el Profesional cuyas obras dejan cuenta de lo importante que es ser un Universitario.
domingo, 6 de septiembre de 2015
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